A Anunciação

Mas a realidade expressa pelo título cheia de graça é fundamental para a realização dos desígnios salvíficos de Deus. Realidade essa que coloca Maria numa situação absolutamente excepcional e única para colaborar no plano de Deus, pois prepara-a de uma forma sublime para conceber e dar à luz o Filho do Altíssimo. Daqui deriva também a singularidade e unicidade do seu lugar no mistério de Cristo. Perante este mistério, comunicado por Gabriel, ela dialoga consigo mesma: medita naquilo que lhe estava a acontecer. E assim Maria não duvida, mas entrega-se à vontade de Deus a seu respeito. E Deus continua a obra que nela começou; dará à luz o Filho de Deus, não por acção humana, mas por obra do Espírito, porque esse filho vai ser chamado Filho do Altíssimo. Sinal disso mesmo é o seu nascimento, também ele virginal, para que os homens vejam que Ele é de facto o Filho de Deus. 

Espiritualidade do Catequista

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Desde sempre, Deus chama na sua Igreja a pessoas concretas que, em razão do Baptismo e pelo dom do Espírito Santo, são enviadas para que percorram os caminhos dos homens, anunciando-lhes a Boa Nova da salvação. Estes enviados são os catequistas que, tal como Jesus Cristo, se hão-de aproximar de todos os homens, dizendo-lhes o amor salvífico de Deus(Cf AG 15). Esta missão que o catequista realiza na Igreja de Jesus Cristo, precisamente porque é um envio, remete o catequista sempre Àquele que o envia, a Quem está na origem da sua missão: ao Deus de Jesus Cristo. O catequista é, então, um apóstolo que participa da missão da Igreja.

Formar Catequistas, testemunhas da fé

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Este é o trabalho que realizei para obter o IIº Grau em Teologia (Mestrado).

Na altura em que apresentei este trabalho (Junho de 2003) li o seguinte texto. Peço desculpa por não ser em português, mas lá a maioria das pessoas só sabia castelhano 😉

Formar catequistas, testigos de la fe

Yo he escogido este tema por dos motivos. El primero tiene que ver con la percepción de la realidad catequética en Portugal y de mi diócesis en particular, que en mi entender necesita de una atención urgente y prioritaria. El segundo motivo es la indicación de mi Obispo, que después de una partilla de impresiones, se ha mostrado muy interesado en la reflexión de este asunto, pues lo ve como una gran contribución para la catequesis diocesana.
Como hipótesis de trabajo, he tratado la formación de catequistas a partir del concepto de Iniciación cristiana, donde la iniciativa de Dios tiene el papel preponderante y que desborda toda la pedagogía. De este modo, profundando el concepto de Iniciación cristiana, mirando sus implicaciones en el hacer catequesis, iremos descubrir la identidad del catequista y sus consecuentes implicaciones formativas.
El método que vamos a seguir es descubrir lo que dicen las fuentes del Magisterio sobre la catequesis y la misión del catequista.
Esta monografía tiene el siguiente itinerario:
Empieza por una breve descripción de la realidad de la catequesis y de los catequistas, de una forma muy genérica.
En el capítulo siguiente miramos el concepto de iniciación cristiana como un itinerario de conversión y las consecuencias que derivan de ahí para la misión del catequista.
En el capítulo siguiente vamos abordar la identidad del catequista, como alguien que es llamado por la Iglesia con la misión de transmitir la fe.
La espiritualidad del catequista va a ser el tema del capitulo siguiente.
El último capitulo va a ser dedicado a elaborar las líneas de fuerza de la formación de los catequistas.
En el primero capitulo, donde se hace una primera aproximación a la realidad, hemos podido ver que allá, los catequistas son esencialmente laicos, jóvenes, del sexo femenino y con un nivel académico y de formación muy bajo, siendo que su formación catequética es muy floja. Hay muchas lagunas, sobretodo en la formación doctrinal y espiritual.
En el segundo capitulo tuvimos presente el concepto de catequesis que la Iglesia presenta, que es la catequesis de Iniciación cristiana.
De este modo, se trata de formar catequistas que sean capaces de transmitir no solo una enseñanza, sino también una formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación, educación y enseñanza. Son necesarios catequistas que sean al mismo tiempo maestros, educadores y testigos.
La catequesis que el catequista es invitado a realizar es la de una autentica iniciación, ordenada y sistemática, a la revelación divina, que Dios ha realizado con el hombre, en Jesucristo, y que es conservada en la Iglesia. Esta revelación es anunciada de generación en generación, a través de una ‘traditio’ viva. El catequista es parte integrante (cf DGC 66).
La catequesis, dentro del proceso evangelizador, es el momento en que se estructura la conversión a Jesucristo, en un esfuerzo de fundamentación de esa misma adhesión, iniciando a la plenitud de la vida cristiana (cf DGC 63). Desde los tiempos apostólicos, el hacerse cristiano exige un camino de iniciación, con diversas etapas. Este camino puede ser realizado rápida o lentamente, como refiere el Catecismo, y el modelo inspirador será siempre el catecumenado bautismal de adultos (cf DGC 90). Y, una vez que es un proceso de conversión, es esencialmente gradual y cristocentrico, porque está al servicio de aquel que ha decidido seguir Jesucristo.
El proceso gradual de iniciación cristiana integra, en simultaneo, la propuesta de la fe y la celebración de los sacramentos: “El eslabón que une la catequesis con el Bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe. Para lograrlo, la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del Evangelio, su fe, para que aquéllos la hagan suya al profesarla” (DGC 66)
Es innegable que en lo cuadro cultural en que vivimos, el catequista también debe de suscitar la conversión a la fe inicial de aquellos que se aproximan de la catequesis, y de alimentar la fe de aquellos que ya han concluido el proceso de iniciación cristiana.
 La Iglesia necesita hoy de unos catequistas, en función de este tipo de catequesis: la catequesis de iniciación, como ya he referido. En la línea de lo que dice el Catecismo, “el que está llamado a “enseñar a Cristo” debe por tanto, ante todo, buscar esta “ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo”; es necesario “aceptar perder todas las cosas … para ganar a Cristo, y ser hallado en él” y “conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3, 8-11). De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de “evangelizar”, y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe (CCE 428-429).
El capitulo tercero trata de la identidad del catequista, que es un llamado por Dios, en su comunidad concreta, para seguir el mismo Señor en la misión de catequista. Por esto, el catequista es una persona con una fe profunda, que conoce bien el Señor y ha adherido a Su persona. Pero lo hace en la Iglesia, donde se percibe que el catequista tiene de tener una clara identidad eclesial, proveniente da su adhesión a Jesucristo y de Su seguimiento.
La identidad del catequista es definida no solo por su personalidad de cristiano, común a todos los cristianos, sino también por su misión especifica en la Iglesia. El catequista transmite la fe de la Iglesia como testigo y punto de contacto con la tradición de los Apóstoles.
El catequista es entonces una persona de fe profunda, que conoce los misterios de Dios y vive en plena comunión con ellos, inmerso en el amor de Dios. Vive estos misterios en la Iglesia, por eso es dotado de una clara identidad eclesial y cristiana.
 En un mundo marcado por el pluralismo de formas de pensar y de vivir, donde la uniformidad ya no existe, son necesarios catequistas firmes en sus convicciones cristianas y con capacidad de transmitir esa fe, donado las razones de su esperanza, que está fundamentada en convicciones serias provenientes del Evangelio.
A lo largo de su formación, el catequista hade ser ayudado a inserirse en la conciencia viva y actual que la Iglesia tiene del Evangelio, tornándose así apto para transmitir la Buena Nueva, en nombre de la Iglesia, participando del deseo que la Iglesia tiene de anunciar a todas las generaciones el tesoro que ella guarda y transmite integra y fielmente: la fe. Por eso la preocupación misionera del catequista es una realidad bien presente.
Porque el catequista es un enviado de la comunidad para hacer discípulos del Señor, la misma comunidad se renueva con aquellos que la Iglesia genera en su misión maternal.
En su formación, el catequista debe de ver desarrollada su espiritualidad – y este es el tema del cuarto capitulo – a punto de lo ayudar a vivir en la docilidad al Espíritu, que “prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den “mucho fruto” (Jn 15, 5. 8. 16)” (CCE 737). A luce de lo que hemos dicho anteriormente podemos ya afirmar que esta espiritualidad debe de ser cristocentrica, pneumatologica y eclesial.
Cristocentrica: el catequista deberá de tener comunión con Cristo, sendo testigo y señal de esa comunión con Jesucristo, que convida cada persona a vivir como hombre nuevo, tal como lo refiere San Pablo en la carta a los Efesio. El catequista es, entonces, un discípulo del Señor que vive en la obediencia de la fe el seguimiento existencial del Señor Jesús y esta condición de discípulo, que escucha el Maestre y vive en dependencia personal de Él. Es una característica fundamental de la vocación y misión del catequista.
Pneumatologica: la misión del catequista será tanto mejor cuanto sea realizada en unión con Dios, o sea, cuanto  más el enviado esté en unión con Aquel que envía. El principal catequista es el Espíritu Santo, lo que lleva a asumir una postura humilde de servo de la acción de Dios. La espiritualidad pneumatologica lleva, antes de más, a vivir en la docilidad del Espíritu Santo, y en dejarse plasmar interiormente por El, para que el catequista se torne lo más semejante a Cristo. No se puede testimoniar Jesucristo sin espejar su imagen, que es gravada en el cristiano por la gracia del Espíritu Santo, como lo refiere Juan Pablo II en la Redemptoris Missio.
Eclesial: todos los ministerios y vocaciones brotan del seno de la Iglesia, para la edificación de la misma. Existe una ligación profunda entre Cristo y la Iglesia y la evangelización, pues es la Iglesia que tiene por misión evangelizar. la espiritualidad del catequista debe tener presente su ser Iglesia, de la cual es miembro, vivo, que lo envía para, a través de la iniciación cristiana, edificar la Iglesia y favorecer el crecimiento de la comunidad cristiana.
La espiritualidad del catequista debe, además, fundamentar su misión de testigo, porque el testimonio es una forma de revelación y también motivo de credibilidad. Además de esto, la alegría y el gozo del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo es una característica propia de la espiritualidad del catequista. Es precisamente la alegría del catequista, como gozosa participación en la vida del Espíritu, la demostración más evidente de que la Buena Nueva que anuncia le ha llenado su corazón.
Llegado aquí vamos subrayar una de las características fundamentales del catequista, que es el de ser testigo de la fe. Pues en el ejercicio de la transmisión de la fe, el testimonio es esencial y permite, en virtud de su propia naturaleza, mostrar mas palpablemente la realidad de la fe, la vitalidad de la fe verdadera, la proximidad de Cristo. Gracias al testimonio, la Iglesia podrá afirmar delante del hombre de hoy la fuerza y la belleza de la fe (Cf NMI 16)
El catequista, como testigo de Cristo, narra en unión con el Espíritu Santo y en Iglesia, aquello que le ha sucedido, aquello que ha transformado su vida. Al hacer esto, torna presente hoy en la historia el acontecimiento revelador de Jesucristo, acontecimiento contemplado desde la fe, que vivifica su vida y constituí cada catequista como narrador personal de aquello que lo hace entrar en comunión con el testimonio apostólico. De esta forma, la actividad del catequista, como de toda la catequesis, al testimoniar la fe de la Iglesia, recría la experiencia actual del hombre, abriendo el camino de la esperanza y de la salvación. No se está a prestar un autentico servicio a la Palabra, al acto de transmitir la fe, si la mente y el corazón del hombre no se transforman a través del contacto con el Misterio divino.
Después de que hemos visto, muy sumariamente, lo que es la misión del catequista, vamos subrayar algunas líneas inspiradoras de su formación, tal como lo hemos visto en el quinto capitulo.
La primera es la cualificación espiritual. “La verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Cada tema catequético que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio catequista”(DGC 239). El hecho de que el catequista sea un educador de la fe impele a que se implique en una intensa vida espiritual, siendo este el aspecto cimero y de más valor de su personalidad, y por lo tanto, el prioritario en su formación. Tal como dice el Papa Juan Pablo II: “El verdadero catequista es el santo”.
El crecimiento espiritual hade ser logrado a través de la comunión de vida y de amor con Jesucristo, que llama y envía cada catequista. En la comunión con el Señor, el catequista encuentra la fuerza y luz para una renovación autentica de la catequesis (Cf CT 9). La formación espiritual desarrollase en un proceso de fidelidad Aquel que es principio inspirador de la obra catequética: el Espíritu Santo.
La cualificación doctrinal es la segunda línea que quería referir. Esta hade ofrecer un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, que se articula en torno al misterio central de la fe, que es Jesucristo (Cf DGC 240). La formación deberá de ser sintética, de corresponder al anuncio a transmitir, donde los diferentes elementos de la fe deben de aparecer bien estructurados y armonizados entre si, en una visión orgánica que respecte la jerarquía de las verdades, ayudando los catequistas a madurar su fe y a se capacitaren para donar razones de su esperanza. Esta formación debe de ser impartida en estilo catequético, lo más prójimo posible de las realidades donde los catequistas van a ejercer su tarea (Cf DGC 241).
La tercera línea que quería referir es la cualificación en las ciencias humanas, pues el catequista debe de conocer la persona a quien se dirige y el medio donde está. El Vaticano II en el documento Gaudium et Spes ha dicho que: “Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe”(GS 62).
Por último la cualificación pedagógica del catequista. Pero partiendo del principio de que el catequista es alguien que se prepara para ser el que va a facilitar el crecimiento de una experiencia de fe, de la cual el no es dono, sino colaborador de la acción de Dios, que ha depositado la semilla de la fe en el corazón del catecúmeno.
Entonces, de lo que se trata es de conocer bien la pedagogía de la fe. Es normal que se adapten a la catequesis las técnicas empleadas en la educación en general, pero hay que tener bien presente la originalidad de la propia fe. En la pedagogía de la fe no se trata simplemente de transmitir un saber humano, sino de transmitir la integridad de la Revelación de Dios (Cf CT 58). El propio Dios, a lo largo de la Historia de la Salvación, ha usado y mostrado Su propia pedagogía, que debe de ser el modelo de la pedagogía de la fe. “La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar catequesis, acomodando a su propia personalidad los principios generales de la pedagogía catequética” (DGC 244).
Para terminar, quería referir que la importancia de la formación de los catequistas brota de la convicción de que cualquier actividad pastoral, si no es realizada con personas bien preparadas, pone en riesgo su suceso. Además, los instrumentos de trabajo colocados a la disposición de la pastoral catequética, si no son utilizados por catequistas bien formados, no son de hecho eficaces, por lo tanto una adecuada formación de catequistas no puede ser descuidada en provecho de la actualización de los textos y de una mejor organización de la catequesis, como lo refiere el numero doscientos y treinta y cuatro del Directorio General para la Catequesis.
Al catequista se debe de proporcionar una formación que, partiendo de la profesión de fe bautismal, ofrezca una exposición orgánica y sistemática de los contenidos fundamentales de la fe y de la vida cristiana. Debe de colocarse a su alcance una formación teológica que lo ayude a consolidar la fe recibida, proporcione certezas básicas de la fe y lo prepare para ser testigo y transmisor de la misma fe.
La tarea de comunicar la fe recibida es realizada en las comunidades concretas de cada catequista, donde, preferentemente, se debe realizar también su formación. Esto sin olvidar que cada catequista es miembro de la Iglesia universal, por lo que la formación debe ser realizada en la unidad de la fe de la Iglesia de manera que ayude a crecer en la comunidad eclesial.
Esta formación tiene como objetivo donar la capacitación adecuada a los catequistas para transmitir el Evangelio a aquellos que desean entregarse a Jesucristo, como dice el Directorio. Por lo tanto, la finalidad de la formación requiere que el catequista se torne lo más idóneo posible para realizar un acto de comunicación. El objetivo central de la formación catequética es tornar el catequista apto para la comunicación del mensaje cristiano (Cf DGC 235), iniciando a la vida de fe los catecúmenos o catequizandos, poniendo los cimientos de lo que es ser cristiano.

A Comunhão como Sentido

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Hoje, a vivência da comunhão pode assumir novos contornos; as possibilidades oferecidas pela técnica podem ajudar a uma maior clarificação do conceito de “comunhão” e a descobrir novas formas de a praticar. É um dado assente que esta revolução é universal, tal como a Igreja pretende ser – católica –, assim à Igreja cabe compreender este processo, assimilá-lo, na medida do possível, para poder situar-se na nova sociedade e realizar aí a sua missão, numa sociedade que pode caminhar para o bem e para o mal


A pedofilia na Igreja, Crónica de Anselmo Borges

Na semana passada, fui abordado por vários jornalistas sobre a calamidade dos padres pedófilos. Que achava? A resposta saía espontânea: “Uma vergonha.” Aliás, no sábado, apareceu, finalmente, a Carta do Papa, na qual manifestava isso mesmo: “vergonha”, “remorso”, partilha no “pavor e sensação de traição”.

O pior, no meio deste imenso escândalo, foi a muralha de silêncio, erguida por quem tinha a obrigação primeira de defender as vítimas. Afinal, apenas deslocavam os abusadores, que, noutros lugares, continuavam a tragédia.

Há na Igreja uma pecha: o importante é que se não saiba, para evitar o escândalo. Ela tem, aliás, raízes estruturais: o sistema eclesiástico, clerical e hierárquico, acabou por criar a imagem de que os hiearcas teriam maior proximidade de Deus e do sagrado, de tal modo que ficavam acima de toda a suspeita. Mas, deste modo, aconteceu o pior: esqueceu-se as vítimas – no caso, crianças e adolescentes, remetidos para o silêncio e sem defesa.

Neste sentido, o Papa dirige-se criticamente aos bispos: “Foram cometidos sérios erros no tratamento das acusações”, que minaram “seriamente a vossa credibilidade e eficiência”. Por isso, “só uma acção decidida levada em frente com honestidade e transparência poderá restabelecer o respeito em relação à Igreja”. Mas, aqui, há quem pergunte se não foram ignoradas as responsabilidades do Vaticano nestes erros e silêncios.

É sabido que infelizmente a Igreja Católica não tem o monopólio da pedofilia, que passa por muitas outras instituições: religiosas, civis e militares – há dados que mostram que a maior parte dos casos acontece nos ambientes familiares -, e é decisivo que todos assumam as suas responsabilidades, pois não é bom bater a culpa própria no peito dos outros. Mas é natural que o que se passou no seio da Igreja seja mais chocante, já que se confiava mais nela.

Até há pouco tempo, a Igreja pensou que era a guardiã da moral e queria impor os seus preceitos a todos, servindo-se inclusivamente do braço secular, ao mesmo tempo que se julgava imune à crítica. Recentemente, a opinião pública começou a pronunciar-se também sobre o que se passa na Igreja, pois todos têm o direito de debater o que pertence à humanidade comum. Há quem diga que, no caso, se trata de revanchismo. A Igreja tem dificuldade em lidar com a nova situação, mas, de qualquer modo, tendo sido tão moralista no domínio sexual, tem agora de confrontar-se com este tsunami, que exige uma verdadeira conversão e até refundação, no sentido de voltar ao fundamento, que é o Evangelho.

As vítimas precisam de apoio e de reparação, na medida do possível. Esse apoio não pode ser só financeiro. Note-se que já se gastaram em indemnizações milhares de milhões de euros, sendo certo que os fiéis não pensariam que todo esse dinheiro havia de ter, infelizmente, este destino. Assim, até por isso, a Igreja precisa de reparar os males feitos e de uma nova atenção para que esta situação desgraçada nunca mais se repita, o que implica, por exemplo, uma atenção renovada no recrutamento de novos padres.

Os abusadores precisam igualmente de apoio, também psicológico, e de compreensão. Deve, no entanto, vedar-se-lhes o exercício do ministério e, uma vez que se está ao mesmo tempo em presença de um pecado e de um crime, deverão pedir perdão, reconciliar-se com Deus e colaborar com a Justiça dos Estados.

Não se pode estabelecer uma relação inequívoca de causalidade entre celibato e pedofilia, até porque há também muitos casados, até pais, que abusam sexualmente de menores. Mas também não se poderá desvincular totalmente celibato obrigatório e pedofilia, sobretudo quando, para chegar a padre, se foi educado desde criança ou adolescente num internato, aumentando o risco de uma sexualidade imatura.

Em todo o caso, será necessário pensar na rápida revogação da lei do celibato. Aliás, a Igreja não pode impor como lei o que Jesus entregou à liberdade. Enquanto se mantiver o celibato como lei, a Igreja continuará debaixo do fogo da suspeita.

por ANSELMO BORGES
Diário de Notícias, 27 Março 2010

A propósito do «despropóstito» destes últimos ataques!

Uma agressão ao Papa



Marcello Pera,

Filósofo, agnóstico e senador.

Publicado no Corriere della Sera 17.III.10

Caro Director,

A questão dos sacerdotes pedófilos ou homossexuais, que rebentou recentemente na Alemanha, tem como alvo o Papa. E, dadas as enormidades temerárias da imprensa, cometeria um grave erro quem pensasse que o golpe não acertou no alvo – e um erro ainda mais grave quem pensasse que a questão morreria depressa, como morreram tantas questões parecidas. Não é isso que se passa. Está em curso uma guerra.

Não propriamente contra a pessoa do Papa porque, neste terreno, tal guerra é impossível: Bento XVI tornou-se inexpugnável pela sua imagem, pela sua serenidade, pela sua limpidez, firmeza e doutrina; só aquele sorriso manso basta para desbaratar um exército de adversários. Não, a guerra é entre o laicismo e o cristianismo.

Os laicistas sabem perfeitamente que, se aquela batina branca fosse tocada, sequer, por uma pontinha de lama, toda a Igreja ficaria suja, e se a Igreja ficasse suja, suja ficaria igualmente a religião cristã. Foi por isso que os laicistas acompanharam esta campanha com palavras de ordem do tipo: «Quem voltará a mandar os filhos à igreja?», ou «Quem voltará a meter os filhos numa escola católica?», ou ainda: «Quem internará os filhos num hospital ou numa clínica católica?» Há uns dias, uma laicista deixou escapar uma observação reveladora: «A relevância das revelações dos abusos sexuais de crianças por parte de sacerdotes mina a própria legitimação da Igreja Católica como garante da educação dos mais novos.»

Pouco importa que semelhante sentença seja desprovida de qualquer base de prova, porque a mesma aparece cuidadosamente latente: «A relevância das revelações»; quantos são os sacerdotes pedófilos? 1%? 10%? Todos? Pouco importa também que a sentença seja completamente ilógica; bastaria substituir «sacerdotes» por «professores», ou por «políticos», ou por «jornalistas» para se «minar a legitimação» da escola pública, do parlamento, ou da imprensa. Aquilo que importa é a insinuação, mesmo que feita à custa de um argumento grosseiro: os sacerdotes são pedófilos, portanto a Igreja não tem autoridade moral, portanto a educação católica é perigosa, portanto o cristianismo é um engano e um perigo. Esta guerra do laicismo contra o cristianismo é uma guerra campal; é preciso recuar ao nazismo e ao comunismo para se encontrar outra igual. Mudam os meios, mas o fim é o mesmo: hoje, como ontem, aquilo que se pretende é a destruição da religião. Ora, a Europa pagou esta fúria destrutiva ao preço da própria liberdade.

É incrível que sobretudo a Alemanha, que bate continuamente no peito pela memória desse preço que infligiu a toda a Europa, se esqueça dele, hoje que é democrática, recusando-se a compreender que, destruído o cristianismo, é a própria democracia que se perde. No passado, a destruição da religião comportou a destruição da razão; hoje, não conduz ao triunfo da razão laica, mas a uma segunda barbárie.

No plano ético, é a barbárie de quem mata um feto por ser prejudicial à «saúde psíquica» da mãe. De quem diz que um embrião é uma «bola de células», boa para fazer experiências. De quem mata um velho porque este já não tem família que cuide dele. De quem apressa o fim de um filho, porque este deixou de estar consciente e tem uma doença incurável. De quem pensa que progenitor «A» e progenitor «B» é o mesmo que «pai» e «mãe». De quem julga que a fé é como o cóccix, um órgão que deixou de participar na evolução, porque o homem deixou de precisar de cauda. E por aí fora. Ou então, e considerando agora o lado político da guerra do laicismo contra o cristianismo, a barbárie será a destruição da Europa. Porque, eliminado o cristianismo, restará o multiculturalismo, de acordo com o qual todos os grupos têm direito à sua cultura. O relativismo, que pensa que todas as culturas são igualmente boas. O pacifismo, que nega a existência do mal.

Mas esta guerra contra o cristianismo seria menos perigosa se os cristãos a compreendessem; pelo contrário, muitos deles não percebem o que se está a passar. São os teólogos que se sentem frustrados com a supremacia intelectual de Bento XVI. Os bispos indecisos, que consideram que o compromisso com a modernidade é a melhor maneira de actualizar a mensagem cristã.

Os cardeais em crise de fé, que começam a insinuar que o celibato dos sacerdotes não é um dogma, e que talvez fosse melhor repensar essa questão. Os intelectuais católicos que acham que a Igreja tem um problema com o feminismo e que o cristianismo tem um diferendo por resolver com a sexualidade. As conferências episcopais que se enganam na ordem do dia e, enquanto auguram uma política de fronteiras abertas a todos, não têm a coragem de denunciar as agressões de que os cristãos são alvo, bem como a humilhação que são obrigados a suportar por serem colocados, todos sem descriminação, no banco dos réus. Ou ainda os chanceleres vindos do Leste, que exibem um ministro dos negócios estrangeiros homossexual, ao mesmo tempo que atacam o Papa com argumentos éticos; e os nascidos no Ocidente, que acham que este deve ser laico, que o mesmo é dizer anti-cristão. A guerra dos laicistas vai continuar, quanto mais não seja porque um Papa como Bento XVI sorri, mas não recua um milímetro.

Mas aqueles que compreendem esta intransigência papal têm de agarrar na situação com as duas mãos, não ficando de braços cruzados à espera do próximo golpe. Quem se limita a solidarizar-se com ele, ou entrou no horto das oliveiras de noite e às escondidas, ou então não percebeu o que está ali a fazer.

Retirado de: https://jesus-logos.blogspot.com/2010/03/uma-agressao-ao-papa-por-um-filosofo.html



Experta denuncia “nuevo reino del terror” que busca destruir fuerza moral de la Iglesia

ROMA, 24 Mar. 10 / 06:35 am (ACI)

Elizabeth Lev es una historiadora estadounidense que actualmente trabaja en Roma y que rechaza la campaña mediática actual contra sacerdotes y religiosos. La compara a la de finales del siglo XVIII en Francia cuando los escándalos se magnificaban para hacer creer que esto era endémico en el clero, lo que llevaría años más tarde al asesinato de muchos presbíteros. A partir de la perspectiva de un analista inglés protestante de esa época, la experta explica que la intención de los ataques es destruir la fuerza moral de la Iglesia Católica.

En un artículo titulado “En defensa del clero católico (¿o queremos otro reino del terror?)” publicado en el sitio web Politics Daily, Lev se refiere al clima triunfalista en 1790 en Francia con la revolución y a la postura de Edmund Burke, un protestante miembro del Estado inglés, que en ese año criticaba la campaña anticlerical de los franceses que desenterraban escándalos de décadas e incluso, siglos pasados.

“Viendo el estilo general de las últimas publicaciones, uno podría pensar que el clero de Francia son una especie de monstruos, una horrible composición de superstición, ignorancia, pereza, fraude, avaricia y tiranía. ¿Pero, es cierto esto?”, se cuestionaba Burke.

Tras preguntarse sobre lo que Burke habría opinado ante los intentos mediáticos actuales de vincular, a cualquier precio, al Papa con cualquier escándalo de pedofilia, Lev señala que el protestante inglés comentaba en aquel entonces que “no escucho con mucha credibilidad a quien habla del mal de aquellos a quienes van a saquear. Sospecho, en cambio, que los vicios a los que se refieren son fingidos o exagerados cuando se busca solo provecho en el castigo que planean”.

Cuando Burke escribía esto, dice Lev, “los revolucionarios franceses estaban alistándose para la confiscación masiva de las propiedades de la Iglesia“.

Actualmente, escribe la historiadora, “los salaces informes sobre los abusos sexuales del clero (como si estuvieran limitados solo al clero católico) han sido colocados por encima de las masacres de cristianos en India e Irak. Además, la frase ‘abuso sexual del clero’ se equipara erróneamente con ‘pedofilia’ para avivar aún más la indignación. No consideran la perspicacia política de un Edmund Burke que se pregunta por qué la Iglesia Católica es escogida para ser tratada así”.

Luego de reconocer que efectivamente es gravísimo el mal producido por una pequeñísima minoría de sacerdotes católicos contra menores, Lev recuerda que son muchísimos más los que viven santamente en sus parroquias, atendiendo a sus feligreses. Estos buenos hombres han sido manchados por la misma tinta venenosa” de muchos medios.

Seguidamente señala que en Estados Unidos los abusos sexuales de clérigos no llegan al 2 por ciento y que este dato lo presentó el New York Times. Pero al “leer los diarios, parecería que el clero católico tiene un monopolio en acosos a menores”.

“Si Burke estuviese vivo hoy día, tal vez habría discernido otro motivo detrás de los ataques al clero católico, además de las propiedades de la Iglesia: principalmente destruir la credibilidad de una voz moral poderosa en el debate público” que se ha hecho evidente, por ejemplo, en la reforma de salud en Estados Unidos.

Ante la posición pro-vida de los prelados, precisa Lev, “y para silenciar la voz moral de la Iglesia, la opción preferida ha sido la de desacreditar a sus ministros”.

“A tres años de las reflexiones de Burke, sus predicciones probaron estar en lo cierto. El Reino del Terror llegó en 1793, llevando a cientos de sacerdotes a la guillotina y forzando al resto a jurar lealtad al Estado por encima de la Iglesia. Para Burke estaba claro que la campaña anticlerical de 19790 era ‘solo temporal y preparatoria para la abolición última… de la religión cristiana al llevar a sus ministros al desprecio universal’“, prosigue la historiadora.

“Uno espera que los estadounidenses tengan el suficiente sentido común para cambiar de curso mucho antes de que lleguemos a este punto“, concluye.



A Igreja é Comunhão – IX

Efémero
Com o aumento da transitoriedade, as pessoas vivem num elevado estado de mudança, por isso, a duração das suas conexões é reduzida. Isto condiciona o modo como se enfrenta a realidade; a sua aptidão ou inaptidão para enfrentar as dificuldades. Esta movimentação rápida, combinada com a crescente novidade e complexidade do ambiente que os rodeia, força a capacidade de adaptação e cria o perigo do choque do futuro (Cf. Alvin Toffler).
O Homem vive numa “espécie de carrossel, com um caleidoscópio de visões e de hipóteses, lacerados e despedaçados interiormente, aspirando por vezes ao absoluto mas acabando por contentar-se com o efémero e o provisório; lançados numa existência dominada pelas ciências exactas e pelas altas tecnologias, mas com os problemas de sempre sobre o sentido da vida e sobre como alcançar a felicidade”(P. Giustiniani). Talvez esta situação seja reflexo de maus processos de aprendizagem, originados pelo uso incorrecto da informática. Esta “impõe aos utilizadores aprender vibrando, e escutar respondendo. O computador não somente fala ao usuário através do raio lúdico da tela do vídeo, mas cria sons e imagens. O ‘homo informaticus’ é um homem de espectáculo e de prazer, um homem de análise e de inter-relações. A era da informação é semelhante á imagem do computador”( Pedrinho Guereschi), correndo-se o risco de o indivíduo não reflectir sobre o que aprendeu, tornar-se um mero receptor passivo, absorvendo tudo sem uma selecção crítica.
Este erro não deixa perceber que “o próprio movimento da história torna-se tão rápido, que os indivíduos dificilmente o podem seguir. O destino da comunidade humana torna-se um só, e não já dividido entre histórias independentes. A humanidade passa, assim, duma concepção predominantemente estática da ordem das coisas para outra, preferentemente dinâmica e evolutiva; daqui nasce uma nova e imensa problemática, a qual está a exigir novas análises e novas sínteses”(GS 5), pois a rapidez, a profundidade e a imprevisibilidade de algumas transformações recentes conferem ao tempo presente uma característica nova: a realidade parece ter tomado definitivamente a dianteira sobre a teoria.
Há também aspectos positivos neste processo, “em virtude da ciência e da técnica, a humanidade pode pela primeira vez na história encaminhar-se para se libertar da tirania da natureza, que desde sempre a incomodou. Mas, ao realizar essa libertação do homem frente aos poderes opacos da natureza, o homem acaba por entrar simultaneamente numa nova dependência em relação às suas próprias obras e organizações” (Jürgen Moltmann), com a consequente desorientação, agora por um segundo motivo.
Esta conjugação de “desorientações” faz com que actualmente “grande parte da humanidade de hoje não sabe para onde vai, o que quer dizer que está perdida, sem rumo, desorientada. Temos dois casos elucidativos disso: nos jovens, a droga, e nos adultos, as rupturas conjugais. Ambos os casos nos colocam sobre o tapete da fragilidade existente nos nossos dias”(Enrique Rojas); um existir que tem um sentido efémero.
Mas ao mesmo tempo que se desagregam os valores e as normas nos modos exteriores de acção quotidiana “vemos que também os indivíduos se dispersam e fragmentam: é a época do efémero, das necessidades provocadas artificialmente e logo satisfeitas para se provocarem novas necessidades, sem orientações estáveis, como aliás é sugerido também por muitas mensagens dos meios de comunicação”(P. Giustiniani).. As consequências da destruição dos fundamentos éticos do viver são já hoje claramente visíveis; assistimos à proliferação da “civilização da morte”(Joseph Ratzinger).