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Este é o trabalho que realizei para obter o IIº Grau em Teologia (Mestrado).
Na altura em que apresentei este trabalho (Junho de 2003) li o seguinte texto. Peço desculpa por não ser em português, mas lá a maioria das pessoas só sabia castelhano 😉
Formar catequistas, testigos de la fe
Yo he escogido este tema por dos motivos. El primero tiene que ver con la percepción de la realidad catequética en Portugal y de mi diócesis en particular, que en mi entender necesita de una atención urgente y prioritaria. El segundo motivo es la indicación de mi Obispo, que después de una partilla de impresiones, se ha mostrado muy interesado en la reflexión de este asunto, pues lo ve como una gran contribución para la catequesis diocesana.
Como hipótesis de trabajo, he tratado la formación de catequistas a partir del concepto de Iniciación cristiana, donde la iniciativa de Dios tiene el papel preponderante y que desborda toda la pedagogía. De este modo, profundando el concepto de Iniciación cristiana, mirando sus implicaciones en el hacer catequesis, iremos descubrir la identidad del catequista y sus consecuentes implicaciones formativas.
El método que vamos a seguir es descubrir lo que dicen las fuentes del Magisterio sobre la catequesis y la misión del catequista.
Esta monografía tiene el siguiente itinerario:
Empieza por una breve descripción de la realidad de la catequesis y de los catequistas, de una forma muy genérica.
En el capítulo siguiente miramos el concepto de iniciación cristiana como un itinerario de conversión y las consecuencias que derivan de ahí para la misión del catequista.
En el capítulo siguiente vamos abordar la identidad del catequista, como alguien que es llamado por la Iglesia con la misión de transmitir la fe.
La espiritualidad del catequista va a ser el tema del capitulo siguiente.
El último capitulo va a ser dedicado a elaborar las líneas de fuerza de la formación de los catequistas.
En el primero capitulo, donde se hace una primera aproximación a la realidad, hemos podido ver que allá, los catequistas son esencialmente laicos, jóvenes, del sexo femenino y con un nivel académico y de formación muy bajo, siendo que su formación catequética es muy floja. Hay muchas lagunas, sobretodo en la formación doctrinal y espiritual.
En el segundo capitulo tuvimos presente el concepto de catequesis que la Iglesia presenta, que es la catequesis de Iniciación cristiana.
De este modo, se trata de formar catequistas que sean capaces de transmitir no solo una enseñanza, sino también una formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación, educación y enseñanza. Son necesarios catequistas que sean al mismo tiempo maestros, educadores y testigos.
La catequesis que el catequista es invitado a realizar es la de una autentica iniciación, ordenada y sistemática, a la revelación divina, que Dios ha realizado con el hombre, en Jesucristo, y que es conservada en la Iglesia. Esta revelación es anunciada de generación en generación, a través de una ‘traditio’ viva. El catequista es parte integrante (cf DGC 66).
La catequesis, dentro del proceso evangelizador, es el momento en que se estructura la conversión a Jesucristo, en un esfuerzo de fundamentación de esa misma adhesión, iniciando a la plenitud de la vida cristiana (cf DGC 63). Desde los tiempos apostólicos, el hacerse cristiano exige un camino de iniciación, con diversas etapas. Este camino puede ser realizado rápida o lentamente, como refiere el Catecismo, y el modelo inspirador será siempre el catecumenado bautismal de adultos (cf DGC 90). Y, una vez que es un proceso de conversión, es esencialmente gradual y cristocentrico, porque está al servicio de aquel que ha decidido seguir Jesucristo.
El proceso gradual de iniciación cristiana integra, en simultaneo, la propuesta de la fe y la celebración de los sacramentos: “El eslabón que une la catequesis con el Bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe. Para lograrlo, la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del Evangelio, su fe, para que aquéllos la hagan suya al profesarla” (DGC 66)
Es innegable que en lo cuadro cultural en que vivimos, el catequista también debe de suscitar la conversión a la fe inicial de aquellos que se aproximan de la catequesis, y de alimentar la fe de aquellos que ya han concluido el proceso de iniciación cristiana.
La Iglesia necesita hoy de unos catequistas, en función de este tipo de catequesis: la catequesis de iniciación, como ya he referido. En la línea de lo que dice el Catecismo, “el que está llamado a “enseñar a Cristo” debe por tanto, ante todo, buscar esta “ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo”; es necesario “aceptar perder todas las cosas … para ganar a Cristo, y ser hallado en él” y “conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3, 8-11). De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de “evangelizar”, y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe (CCE 428-429).
El capitulo tercero trata de la identidad del catequista, que es un llamado por Dios, en su comunidad concreta, para seguir el mismo Señor en la misión de catequista. Por esto, el catequista es una persona con una fe profunda, que conoce bien el Señor y ha adherido a Su persona. Pero lo hace en la Iglesia, donde se percibe que el catequista tiene de tener una clara identidad eclesial, proveniente da su adhesión a Jesucristo y de Su seguimiento.
La identidad del catequista es definida no solo por su personalidad de cristiano, común a todos los cristianos, sino también por su misión especifica en la Iglesia. El catequista transmite la fe de la Iglesia como testigo y punto de contacto con la tradición de los Apóstoles.
El catequista es entonces una persona de fe profunda, que conoce los misterios de Dios y vive en plena comunión con ellos, inmerso en el amor de Dios. Vive estos misterios en la Iglesia, por eso es dotado de una clara identidad eclesial y cristiana.
En un mundo marcado por el pluralismo de formas de pensar y de vivir, donde la uniformidad ya no existe, son necesarios catequistas firmes en sus convicciones cristianas y con capacidad de transmitir esa fe, donado las razones de su esperanza, que está fundamentada en convicciones serias provenientes del Evangelio.
A lo largo de su formación, el catequista hade ser ayudado a inserirse en la conciencia viva y actual que la Iglesia tiene del Evangelio, tornándose así apto para transmitir la Buena Nueva, en nombre de la Iglesia, participando del deseo que la Iglesia tiene de anunciar a todas las generaciones el tesoro que ella guarda y transmite integra y fielmente: la fe. Por eso la preocupación misionera del catequista es una realidad bien presente.
Porque el catequista es un enviado de la comunidad para hacer discípulos del Señor, la misma comunidad se renueva con aquellos que la Iglesia genera en su misión maternal.
En su formación, el catequista debe de ver desarrollada su espiritualidad – y este es el tema del cuarto capitulo – a punto de lo ayudar a vivir en la docilidad al Espíritu, que “prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den “mucho fruto” (Jn 15, 5. 8. 16)” (CCE 737). A luce de lo que hemos dicho anteriormente podemos ya afirmar que esta espiritualidad debe de ser cristocentrica, pneumatologica y eclesial.
Cristocentrica: el catequista deberá de tener comunión con Cristo, sendo testigo y señal de esa comunión con Jesucristo, que convida cada persona a vivir como hombre nuevo, tal como lo refiere San Pablo en la carta a los Efesio. El catequista es, entonces, un discípulo del Señor que vive en la obediencia de la fe el seguimiento existencial del Señor Jesús y esta condición de discípulo, que escucha el Maestre y vive en dependencia personal de Él. Es una característica fundamental de la vocación y misión del catequista.
Pneumatologica: la misión del catequista será tanto mejor cuanto sea realizada en unión con Dios, o sea, cuanto más el enviado esté en unión con Aquel que envía. El principal catequista es el Espíritu Santo, lo que lleva a asumir una postura humilde de servo de la acción de Dios. La espiritualidad pneumatologica lleva, antes de más, a vivir en la docilidad del Espíritu Santo, y en dejarse plasmar interiormente por El, para que el catequista se torne lo más semejante a Cristo. No se puede testimoniar Jesucristo sin espejar su imagen, que es gravada en el cristiano por la gracia del Espíritu Santo, como lo refiere Juan Pablo II en la Redemptoris Missio.
Eclesial: todos los ministerios y vocaciones brotan del seno de la Iglesia, para la edificación de la misma. Existe una ligación profunda entre Cristo y la Iglesia y la evangelización, pues es la Iglesia que tiene por misión evangelizar. la espiritualidad del catequista debe tener presente su ser Iglesia, de la cual es miembro, vivo, que lo envía para, a través de la iniciación cristiana, edificar la Iglesia y favorecer el crecimiento de la comunidad cristiana.
La espiritualidad del catequista debe, además, fundamentar su misión de testigo, porque el testimonio es una forma de revelación y también motivo de credibilidad. Además de esto, la alegría y el gozo del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo es una característica propia de la espiritualidad del catequista. Es precisamente la alegría del catequista, como gozosa participación en la vida del Espíritu, la demostración más evidente de que la Buena Nueva que anuncia le ha llenado su corazón.
Llegado aquí vamos subrayar una de las características fundamentales del catequista, que es el de ser testigo de la fe. Pues en el ejercicio de la transmisión de la fe, el testimonio es esencial y permite, en virtud de su propia naturaleza, mostrar mas palpablemente la realidad de la fe, la vitalidad de la fe verdadera, la proximidad de Cristo. Gracias al testimonio, la Iglesia podrá afirmar delante del hombre de hoy la fuerza y la belleza de la fe (Cf NMI 16)
El catequista, como testigo de Cristo, narra en unión con el Espíritu Santo y en Iglesia, aquello que le ha sucedido, aquello que ha transformado su vida. Al hacer esto, torna presente hoy en la historia el acontecimiento revelador de Jesucristo, acontecimiento contemplado desde la fe, que vivifica su vida y constituí cada catequista como narrador personal de aquello que lo hace entrar en comunión con el testimonio apostólico. De esta forma, la actividad del catequista, como de toda la catequesis, al testimoniar la fe de la Iglesia, recría la experiencia actual del hombre, abriendo el camino de la esperanza y de la salvación. No se está a prestar un autentico servicio a la Palabra, al acto de transmitir la fe, si la mente y el corazón del hombre no se transforman a través del contacto con el Misterio divino.
Después de que hemos visto, muy sumariamente, lo que es la misión del catequista, vamos subrayar algunas líneas inspiradoras de su formación, tal como lo hemos visto en el quinto capitulo.
La primera es la cualificación espiritual. “La verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Cada tema catequético que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio catequista”(DGC 239). El hecho de que el catequista sea un educador de la fe impele a que se implique en una intensa vida espiritual, siendo este el aspecto cimero y de más valor de su personalidad, y por lo tanto, el prioritario en su formación. Tal como dice el Papa Juan Pablo II: “El verdadero catequista es el santo”.
El crecimiento espiritual hade ser logrado a través de la comunión de vida y de amor con Jesucristo, que llama y envía cada catequista. En la comunión con el Señor, el catequista encuentra la fuerza y luz para una renovación autentica de la catequesis (Cf CT 9). La formación espiritual desarrollase en un proceso de fidelidad Aquel que es principio inspirador de la obra catequética: el Espíritu Santo.
La cualificación doctrinal es la segunda línea que quería referir. Esta hade ofrecer un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, que se articula en torno al misterio central de la fe, que es Jesucristo (Cf DGC 240). La formación deberá de ser sintética, de corresponder al anuncio a transmitir, donde los diferentes elementos de la fe deben de aparecer bien estructurados y armonizados entre si, en una visión orgánica que respecte la jerarquía de las verdades, ayudando los catequistas a madurar su fe y a se capacitaren para donar razones de su esperanza. Esta formación debe de ser impartida en estilo catequético, lo más prójimo posible de las realidades donde los catequistas van a ejercer su tarea (Cf DGC 241).
La tercera línea que quería referir es la cualificación en las ciencias humanas, pues el catequista debe de conocer la persona a quien se dirige y el medio donde está. El Vaticano II en el documento Gaudium et Spes ha dicho que: “Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe”(GS 62).
Por último la cualificación pedagógica del catequista. Pero partiendo del principio de que el catequista es alguien que se prepara para ser el que va a facilitar el crecimiento de una experiencia de fe, de la cual el no es dono, sino colaborador de la acción de Dios, que ha depositado la semilla de la fe en el corazón del catecúmeno.
Entonces, de lo que se trata es de conocer bien la pedagogía de la fe. Es normal que se adapten a la catequesis las técnicas empleadas en la educación en general, pero hay que tener bien presente la originalidad de la propia fe. En la pedagogía de la fe no se trata simplemente de transmitir un saber humano, sino de transmitir la integridad de la Revelación de Dios (Cf CT 58). El propio Dios, a lo largo de la Historia de la Salvación, ha usado y mostrado Su propia pedagogía, que debe de ser el modelo de la pedagogía de la fe. “La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar catequesis, acomodando a su propia personalidad los principios generales de la pedagogía catequética” (DGC 244).
Para terminar, quería referir que la importancia de la formación de los catequistas brota de la convicción de que cualquier actividad pastoral, si no es realizada con personas bien preparadas, pone en riesgo su suceso. Además, los instrumentos de trabajo colocados a la disposición de la pastoral catequética, si no son utilizados por catequistas bien formados, no son de hecho eficaces, por lo tanto una adecuada formación de catequistas no puede ser descuidada en provecho de la actualización de los textos y de una mejor organización de la catequesis, como lo refiere el numero doscientos y treinta y cuatro del Directorio General para la Catequesis.
Al catequista se debe de proporcionar una formación que, partiendo de la profesión de fe bautismal, ofrezca una exposición orgánica y sistemática de los contenidos fundamentales de la fe y de la vida cristiana. Debe de colocarse a su alcance una formación teológica que lo ayude a consolidar la fe recibida, proporcione certezas básicas de la fe y lo prepare para ser testigo y transmisor de la misma fe.
La tarea de comunicar la fe recibida es realizada en las comunidades concretas de cada catequista, donde, preferentemente, se debe realizar también su formación. Esto sin olvidar que cada catequista es miembro de la Iglesia universal, por lo que la formación debe ser realizada en la unidad de la fe de la Iglesia de manera que ayude a crecer en la comunidad eclesial.
Esta formación tiene como objetivo donar la capacitación adecuada a los catequistas para transmitir el Evangelio a aquellos que desean entregarse a Jesucristo, como dice el Directorio. Por lo tanto, la finalidad de la formación requiere que el catequista se torne lo más idóneo posible para realizar un acto de comunicación. El objetivo central de la formación catequética es tornar el catequista apto para la comunicación del mensaje cristiano (Cf DGC 235), iniciando a la vida de fe los catecúmenos o catequizandos, poniendo los cimientos de lo que es ser cristiano.